Llevo ya casi 20 años trabajando en el mismo lugar. Todos los días pasan delante de mi, decenas de personas. Hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, altos, flacos, bajitos de todo un poco. A pesar de que llevo 20 años aquí me gusta mi trabajo ya que veo gente distinta todos los días. Me divierte ver la gente que pasa delante de mi, las cosas que hacen, como se comportan, a veces me rio pero obviamente nadie lo nota.
Un buen día vino a donde mi, un señor de aproximadamente unos 55 años de edad, era un hombre misterioso y callado. En el pueblo se rumoraban muchas cosas de él pero en realidad nadie lo conocía a pesar de que llevaba toda su vida viviendo en allí. Solamente yo podía “decir” que lo conocía. Llegó a donde a mí y sin yo preguntarle comenzó hablarme sobre su vida. Me contó acerca de sus hijos, sus nietos, de cómo hacia para vivir luego de que su mujer lo abandonara. Se dedicó al alcohol, a vivir cada día esperando que fuera el último. Creo que más bien acudía a mí, porque yo lo escuchaba sin críticas, sin restricciones, además ambos estábamos solo. Los dos éramos incomprendidos, y hasta cierto punto marginados. Al cabo de un tiempo nos convertimos en grandes amigos. No pasaba un día sin que fuera a donde mi, ya yo esperaba impaciente su llegada, para escucharlo a pesar de que no podía hablarle. En cada encuentro lo notaba mas triste, pero simplemente lo escuchaba, por que al fin y al cabo como buen amigo sabia que eso era lo que necesitaba.
Siempre tuve la inquietud de darle un consejo, una palabra de aliento. Un buen día cuando no regreso, me quedé esperándolo, nunca supe que pasó y me quede con las ganas de volver a saber de él y al fin poder darle un buen consejo pero después de todo no me estaba permitido por mi naturaleza hablarle, ya que yo era un simple ESPEJO.
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